martes, mayo 30, 2006

 

Concurso LITERARIO Curso 2005-2006


INFORMACIÓN GENERAL del CONCURSO LITERARIO DEL PRESENTE CURSO ACADÉMICO 2005 - 2006 .-



En este curso académico se ha convocado un concurso literario en el que podían participar todos cuantos alumnos quisieran de 1º de ESO a 2º de Bachillerato.

BASES DEL CONCURSO.-

PREMIO DE POESÍA Y RELATO “I.E.S. LAS ENCINAS ”,
DE VILLANUEVA DE LA CAÑADA.


CONVOCATORIA:
Ante la conmemoración anual del “día internacional del libro” y con el propósito de despertar y estimular en el alumnado el interés por la creación literaria, el I.E.S. “Las Encinas” convoca el “Premio de Poesía 2005-2006” y el “Premio de Relato 2005-2006”, que se ajustará a las siguientes

BASES:

1) Podrán participar en él todos los alumnos y alumnas del centro que lo deseen con uno o más poemas de una extensión mínima de 14 versos o uno o más relatos en prosa (extensión del relato: de dos a cinco folios).
En el caso de que concurran con más de un poema o relato, entregarán cada trabajo por separado, pudiendo identificarlo con el mismo seudónimo o lema (nombre falso para que el jurado no pueda conocer el autor o autora antes de seleccionar los poemas ganadores).

2) Cada trabajo deberá ir firmado únicamente con seudónimo y curso (no grupo), dentro de un sobre en el que figurarán los siguientes datos:
--Para el premio de poesía (o de relato) “Las Encinas”.
--Categoría A (alumnos de 1º, 2º y 3º de ESO) o
B (alumnos de 4º ESO y 1º y 2º de Bachillerato).
--Lema o seudónimo y curso.
En el interior del sobre mencionado se introducirá otro sobre más pequeño, cerrado, en cuyo exterior figure el mismo lema y que contendrá el nombre y apellidos, curso y grupo del participante.

3) El plazo de recepción de originales, que deberán entregarse a cualquiera de los profesores o profesoras de Lengua Española terminará el viernes 10 de marzo de 2006.

4) La decisión del jurado se hará pública el viernes, día 31 de marzo, pudiendo posteriormente celebrarse una velada literaria para dar lectura a los mejores poemas y relatos seleccionados, además de los que resultaren ganadores. Los premios se entregarán durante las Jornadas Culturales.

5) El premio será de sesenta euros para el poema y el relato ganador en cada categoría, no pudiendo declararse desierto.

6) El fallo del jurado, compuesto por los profesores del Departamento de Lengua y Literatura y un miembro del equipo directivo del centro, será inapelable.

7) El hecho de participar en el certamen supone la aceptación de las bases.


Villanueva de la Cañada, 20 de enero de 2006.


RELACIÓN DE PREMIADOS.-

Modalidad A (1er. Ciclo de ESO y 3º)
-Relato: desierto*
-Poesía: 1er. premio: Miguel MOTA
2º premio: José Luis CORONADO
Modalidad B (4º de ESO y Bachillerato)
-Relato: 1er. premio: Arancha PASCUAL
2º premio: Edmund BELL
3er. premio: Yaiza ZABALETA
-Poesía: desierto*

La entrega de premios tendrá lugar el miércoles 24, a las 11,10h. en la Biblioteca


CONTENIDO DE LAS OBRAS PREMIADAS.-

Autora: Arancha Pascual

Curso : 4º E.S.O.

Título: NOCHE SIN LUNA

Caminaba apresuradamente por el sendero oscuro y desdibujado del bosque. La luna estaba llena, pero el follaje de los árboles tapaba la tenue luz que despedía el satélite. El cielo estaba despejado cuando entraba en la espesura. Y no soplaba nada de aire. En ese momento comenzó a recorrer todo el camino una gélida brisa que penetró en las entrañas de nuestro personaje que procuraba no mirar hacia atrás.

Cuanto más se acercaba a su destino, más se nublaba su mente pensando en lo que había leído en el antiguo libro de su abuela, escondido en la buhardilla.

Llegó al claro del bosque donde se encontraba el antiguo cementerio indio. Ahora podía ver con claridad el cielo, que se había cubierto de nubes negras como el humo de un gran incendio. Había truenos y, de vez en cuando, un relámpago cruzaba el cielo iluminándolo en su totalidad.

Empezó a llover y el círculo rodeado de pinos donde se encontraba comenzó a llenarse de pequeños charcos. La tierra era arcillosa y, al mojarse, resbalaba. Era roja como el color de la sangre y viscosa como las heridas producidas a los indios enterrados allí después de una cruel batalla que se llevó consigo muchas vidas.

Nuestro personaje abrió el libro de tapas blancas y leyó en voz alta las letras negras en cursiva:

“En la tierra rojiza de sangre y viscosa como las úlceras a mi gente hechas en la noche del diecinueve de septiembre, cuando el frío comenzó a cernirse sobre la ciudad y la oscuridad de las nubes lo cubrió todo, una batalla sangrienta aconteció.

Yo, único superviviente, escribo mis últimas palabras. Vinieron como animales y atacaron mientras dormíamos. Llovía con fuerza cuando decidí levantarme y refugiarme en la oquedad de un viejo sauce. Aparecieron sigilosos cual felinos y clavando estacas y flechas a diestro y siniestro dieron muerte. Tras dos horas de insufrible batalla, durante la cual no tuve valor para ayudar a mi gente, estuve en el hueco del árbol que ahora preside el gran cementerio. Tan roja como nuestra piel, la sangre corría por los cuerpos de mi familia y seres queridos. Tras la retirada de los bárbaros al grito de: “misión cumplida, todos muertos”; comenzaron a resbalarme lágrimas, cual perlas de tristeza, por la cara que jamás había notado antes.


Mas se equivocaban, faltaba yo; que tras ver morir a toda mi gente, he decidido colgarme de este sauce que me vio crecer durante dieciocho años.


Ahora, después de esta breve introducción, paso al ritual en el que pido a Dios por mi alma y me cuelgo para siempre”

A nuestro personaje lo recorrió un escalofrío y fijó su vista en el cielo. De repente, un trueno resonó en todo el cielo, seguido de un relámpago que lo iluminó todo, incluido el sauce.

Nuestro personaje miró hacia él y entornó un poco los ojos sin creer lo que había visto. Y se los frotó, ya que las gotas de lluvia se los nublaban continuamente. Le había parecido ver un indio colgado del sauce. Éste llevaba unas pieles de vestiduras. Eran de diversos colores y le cubrían de la cintura a la rodilla. Llevaba unas zapatillas de caucho medio rotas. La cara estaba pintada de líneas blancas y verdes que brillaban en la oscuridad. Colgaba lánguidamente de la rama más baja, que, a pesar de ser la más próxima al suelo, obligaba a nuestro personaje a alzar la cabeza.

Se fue acercando lentamente y, a medida que se aproximaba, más real le parecía su visión. Aquel hombre tenía dibujada en su rostro una expresión de dolor y melancolía. Tenía los ojos cerrados y se balanceaba suavemente en la rama mecido por el viento que soplaba pausadamente con bruscas rachas.

Nuestro personaje miraba fijamente al piel roja, el cual le daba la sensación de que estaba vivo. De nuevo sonó un gran trueno y otro relámpago, más luminoso si cabe que el anterior, cruzó el cielo y sonaron las doce de la noche en el reloj de nuestro protagonista. Acto seguido, miró al indio, que abrió los ojos como dos platos asustando a nuestro personaje, el cual se echó hacia atrás, tropezando con una piedra, resbalando y cayendo con un gran estruendo y golpeándose fuertemente la cabeza.

Estaba inmóvil en el suelo, viendo cómo el piel roja se balanceaba a un lado y a otro, sentándose sobre la rama y desatándose. Se le cerraban los ojos del dolor. Sentía resbalarle las gotas de lluvia por la cara y la sangre correr por su cabeza como un pequeño riachuelo. Se había hecho una brecha. En ese momento quedó inconsciente.

De repente se despertó y se levantó rápidamente del suelo. Miró al árbol, donde sólo había una cuerda. ¿Se habría golpeado y lo habría soñado todo? Se sobresaltó al notar una mano tocándole la espalda. Era el piel roja que le tendió la mano. Tenía el cuello marcado por la soga de la que había estado colgando. Nuestro personaje se mostraba reacio a darle la mano.

-No tengas miedo. No te haré nada. Sólo quiero que hagas una cosa por mí.- El chico se extrañó. ¿Qué puede querer de mí?- se preguntaba.
-¿Qué quieres que haga por ti?- dijo al fin, como dejando parte de su voz atrás, como si no quisiera decirlo en realidad.

-Bueno, para empezar, que me digas tu nombre. Yo soy Pablo Mirada Azulada -nuestro personaje observó los preciosos ojos del indio. Jamás había visto unos ojos tan bonitos y penetrantes.

-Yo me llamo Juan Carlos, Juan Carlos García- dijo el protagonista extendiendo la mano hasta la del indio y estrechándosela con fuerza.

Pablo Mirada Azulada le miró extrañado y añadió:

-¿Qué significa tu segundo nombre?

-No te entiendo -contestó Juan Carlos sin comprender.

-Sí, García, o lo que hayas dicho, que no sé qué significa.

-No es nada, es mi apellido.

-¿A...pellido? Pues es la primera vez que oigo hablar de ese tal a pellido.

-Bueno, es igual. Si no lo entiendes no soy capaz de explicártelo. Lo siento.

-De acuerdo, ahora que nos hemos presentado te contaré lo que quiero de ti. Pero antes quiero enseñarte algo.

El indio se acercó al árbol y cogió la cuerda de la que había estado colgado, le dio un extremo a Juan Carlos y, tirando del otro con fuerza, lo elevó hasta la rama en la que había acabado su vida. Pablo Mirada Azulada trepó por el tronco donde se encontraba Juan Carlos maravillado.

-¡Qué raro eres! ¿Por qué me miras así? ¿Qué he hecho?

-Observo la forma que tienes para subir a los árboles.

-Pues es la única manera de coger fruta. ¿Tú no la coges así?

-Yo voy al mercado y la tomo del estante. Y luego la pago con dinero en la caja.

-¿Di...nero?¿Estante?

- El dinero es algo que se intercambia por algo que quieres.

-Trueque.

-Exacto. Pero... ¿no me ibas a enseñar algo?

- No seas impaciente. Dale tiempo al tiempo

De repente se levantó polvo en la lejanía y el suelo comenzó a temblar. Debajo de la rama en donde estaban había unos cuantos pieles rojas tumbados sobre el suelo en torno a una pequeña fogata. Súbitamente todo quedó en calma en el campamento indio. En la suave brisa que soplaba olía a fuego y a carne quemada. En el silencio resonó una lanza atravesando el aire y en la oscuridad apareció un destello de la punta del mismo arma. La sangre comenzó a manar a borbotones de las heridas producidas por la afilada punta. Y todo empezó a tornarse en rojo; el líquido plasmático se estampaba en los troncos de los árboles como si de un grupo de pintores locos se tratase. Todo era caos. Entonces los bárbaros se retiraron lanzando gritos de victoria y dejando un cementerio humano donde antes había decenas de familias.

Juan Carlos se giró sobresaltándose. La cuerda por la que minutos antes había subido estaba colgando de nuevo sosteniendo el fuerte cuerpo de Pablo Mirada Azulada. Sus ojos, profundos como el mar, estaban clavados en el horizonte, donde comenzaba a despuntar la aurora. En el lugar en donde había estado sentado el piel roja había un papel en el que había escrito:

“Estoy condenado a ver esto desde aquel día por morir infelizmente. Lee el conjuro del libro que te di y libérame, por favor”.

Juan Carlos miró donde había estado sentado el piel roja y halló el libro que poco antes había tenido en sus manos. Lo observó detenidamente y advirtió que en las tapas decía: “Sólo válido en las noches sin luna”. Pensó cuándo sería esa noche y horrorizado vio que su amigo todavía debía esperar algunas semanas para liberar su alma.

Miró al cielo, donde la última estrella que quedaba, brillaba radiante pero cada vez con menos luz. Volvió la mirada hacia el suelo y la vista se le nubló. No había recordado un pequeño detalle: tenía vértigo. En ese momento cayó levemente en la rama quedando colgado por los brazos y las piernas.

Cuando despertó, el sol le picaba en la cara, tenía escalofríos pero por lo menos estaba tumbado sobre algo blando. Le dolía la cabeza como si tuviera resaca y le costaba abrir los ojos. ¡Estaba en su cama! Se preguntó cómo habría conseguido llegar hasta allí. Tras marearse no recordaba nada más. Miró el reloj; marcaba las once de la mañana. Al lado de éste estaba el libro y sobre él una pluma y un papel. La pluma era roja. El papel estaba escrito en letras grandes, cursivas, y en ellas se podía leer con claridad:
“ Esto te hará falta. Cuando vayas a decir el conjuro lleva sobre ti esta pluma, algo sagrado del último gran jefe indio y este papel, que es el último documento escrito por el guerrero más joven de la tribu”.

Al terminar de leer estas palabras alguien llamó con fuerza en la puerta de su habitación. Era su madre:

-¡Hijo, venga, levanta ya!

-¡Ya voy, mamá! –contestó con voz cansada Juan Carlos

No podía parar de darle vueltas a lo sucedido la noche anterior. Pasaban los días y no hacía más que pensar en el momento de volver a salvar a su amigo. Cada jornada se le hacía eterna y en su cabeza estaba constantemente la imagen del indio ahorcado.

Por fin había llegado el momento, después de estar mirando en el periódico día tras días la posición de la luna y un largo tiempo de espera, cogió la cazadora y si dirigió al claro del bosque, que, solitario como el día en que fue a encontrarse con su amigo, le esperaba impaciente.

Esa noche, como todas, el aire se llenó de odio. Decidió ir pronto e instalarse en la rama en la que estuvo el día que presenció la sanguinaria escena. Comenzó a subir por el tronco ayudándose de la cuerda. Le parecía que estaba más alta que de costumbre y tardó en llegar un cuarto de hora que le pareció una hora entera. Cuando consiguió subir e instalarse, cogió la pluma y el papel y, tumbándose en cruz en la rama se los puso sobre el corazón. Cogió el libro y comenzó a leer en voz alta:

-“En la noche en la que la luna no aparece, las estrellas brillan fuerte y el viento frío recorre esta espesura, un joven indio llora la muerte de todo su poblado y se lleva a la tumba todos los malos pensamientos. Y se condena a sí mismo a vagar eternamente recordando lo sucedido, haciendo un sacrificio para que toda su gente salve su alma y viaje en cada brisa por el mundo. Ahora es el momento de que el joven sacrificado escape de la amargura y salve su alma para siempre. Por eso, yo, Juan Carlos, le autorizo a descansar en paz toda la eternidad”

Al pronunciar las últimas palabras un viento gélido cruzó todo el conjunto arbolado haciendo temblar la rama en la que se encontraba. De pronto todo empezó a girar a cámara rápida. Se incorporó un poco viendo las caras de los indios con mayor claridad. Tenían expresiones de dolor y amargura en su rostro. Vio alejarse a los bárbaros y a Pablo Mirada Azulada colgando del cuello. De repente todas las almas empezaron a ascender, incluida la de éste que se quedó a la altura de la cabeza de Juan Carlos a quien le caían pequeñas lágrimas saladas. Pablo Mirada Azulada le sonrió y, guiñándole el ojo, añadió:

-Gracias por todo. Ahora olvídalo, vive en paz, ten una vida plena y llena de luz y que en el viento oigas mi voz agradecida.
Se fue alejando mientras se elevaba junto a su familia y Juan Carlos volvió a desmayarse. Cuando despertó estaba en el claro del bosque tumbado sobre el suelo. Comenzó a caer una fina lluvia. Se levantó y echó a andar hacia su casa desconcertado. Caminaba apresurado por el sendero oscuro y desdibujado del bosque. No recordaba cómo había llegado hasta allí. La suave lluvia comenzó a ser cada vez más fuerte. Juan Carlos tropezó y se resbaló cayendo sobre un charco. Al mirarse vio un indio de preciosos y penetrantes ojos azules. De pronto sonó el timbre del final de la clase de Lengua. Se levantó hacia donde se encontraba el profesor para entregarle el examen. Al darse la vuelta, pisó el mismo charco en el que había visto reflejado al indio. Se giró y sólo vio espesura... ¿Y la clase? La brisa cálida soplaba pareciendo decir su nombre. Asustado comenzó a correr y no paró hasta llegar a su casa. Pero no notó un detalle:... llevaba ropas indias.

Autora: Yaiza Zabaleta

Curso: 2º de Bachillerato

Título: LAS CARTAS DE YAIZA


El día en que la conocí, una lágrima asomaba a sus ojos verdes. Por fin, después de dos años intensos sabía quién era ella y quién era yo. Parecía increíble que estas cosas pudieran pasar, pero si nos fijamos en las cosas y en la gente más a fondo, podemos descubrir que en realidad ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos.

Era septiembre de 2004, 8:30 de la mañana. Todos estábamos reunidos en esa absurda monotonía que nadie soporta pero que nos tiene retenidos durante todo el año: el instituto.
Empezaba un nuevo curso y, con él, las nuevas experiencias, amistades, gente nueva y otra lucha más, como cada año, por ser el mejor.

Además, este año era distinto, dentro de poco no haríamos más que oír la palabra selectividad al unísono y, con ella, el miedo a que nuestras notas no fueran lo suficientemente buenas como para realizar nuestros sueños; por eso este año comenzaba la gran carrera y la supervivencia de los más fuertes.

Aquella mañana me presentaron a mi nueva clase, es decir, a toda la gente que me acompañaría a lo largo del curso y con quienes compartiría esa competición de los más fuertes.

La clase no era muy distinta a la del año anterior, ya que éramos el curso menos numeroso por nuestras elecciones en materias y optativas, que tan sólo al oírlas ya daban miedo. Sí, éramos el curso de las ciencias y, por muy difíciles que pudieran parecer, cada año nos enfrentábamos a ellas con la única idea de aprender y divertirnos, inmersos en un mar de números y cosas naturales.

Estaban las chicas de siempre, con las que nunca me había mezclado ni ellas a mí juntado, los chicos que vivían en un mar de sueños y ese pequeño grupo reducido de gente humilde que parecía buena compañía, pero con la que nadie se juntaba por no ser tal vez lo suficientemente interesante o fantástica.

¿Cómo me calificaba yo? No podría decirlo y aún hoy dudo de lo que pudiera responder.

El curso comenzaba y aunque mi clase siguiera siendo la misma, las cosas ya no eran iguales; este último año había perdido demasiadas cosas, amigos que decidieron seguir su camino, familiares que la mano negra se llevó y gente que para mí era muy especial. Este principio se tornaba triste y nada me aventuraba el sorprendente final que me otorgaría este curso.

Todo empezó más o menos hacia el segundo trimestre, se notaba el ambiente tenso, las miradas cargadas de rabia y tristeza y cada vez más fechas llenas de exámenes, todos seguidos, nos sumergían en un mundo de locura.

Aquella mañana me levanté triste y cansada de tanto aguantar mis notas bajas, la gente de mi alrededor: genial y perfecta. Además me dolía más aún el hecho de que esa gente que siempre me había ayudado y había estado cerca de mí, ahora comenzaba a separarse y hacerse al resto con contestaciones de mala manera y el eterno juego de pisotear al más débil por estar en la cumbre. Me sentía débil y nadie se daba cuenta, llegaba a clase con la misma mirada todos los días, una mirada indiferente y fingida: para que nadie se preocupara. Tan sólo mi almohada conocía el terrible secreto de mi tristeza, de tantas veces que escribí en ella con mis lágrimas.

Pero aquella mañana fue diferente. Al subir a clase y colocarme en mi sitio, descubrí en la cajonera una carta, estaba cerrada y no tenía ningún nombre puesto, la cogí con cuidado y la observé con sigilo para que nadie se enterara.

La verdad es que no sabía muy bien qué hacer y le estuve dando vueltas toda la mañana porque si la abría podría enterarme de algo que quizás no fuera para mí, pero si no la abría...¿qué podía hacer?, además todo el mundo sabía que ese era mi sitio, nadie que supiera de mi existencia se olvidaría de que ese era mi lugar, por ello al final, una vez tocó la campana para la media hora de descanso, salí pitando al baño con la carta guardada en un bolsillo dispuesta a leerla.

La abrí con cuidado, para no romper su contenido y la saqué del sobre..., las maños me temblaban y empezaba a notar como un alo de misterio que se apoderaba de mí, introduciéndome en aquel papel blanco y liso.

La carta era muy limpia, pero la letra era rápida y sucia como si de un garabato se tratara, por ello deduje que era de un chico, aunque no estaba totalmente segura, y su contenido decía:

“Sé que no me conoces y tal vez nunca te hayas fijado en mí, pero yo en ti sí. Todas las mañanas cuando llegas al instituto justo un instante antes de traspasar las puertas siempre levantas la cabeza y cambias la cara, como si intentaras convencerte a ti misma de querer entrar, pero hoy fuiste diferente, tu cara era la de siempre, fingida pero llena de tristeza a la vez, pero hoy, hoy no levantaste la cabeza.

¿Por qué te escribo? Te preguntarás. Pues bien, te escribo porque hace dos años perdí a un ser querido que me recuerda mucho a ti y hoy, al fin, me he decidido a cumplir una promesa que le hice y para ello necesito que tú me ayudes. Sólo alguien como tú será capaz.

Si estás dispuesta a ayudarme tan sólo tendrás que venir mañana con un lazo rojo y yo te informaré; si es que no, tendrás que olvidar todo esto.

¡Por favor, piénsalo!

No me lo podía creer. Al fin alguien se había fijado en mí y no sólo hoy, sino desde hace tiempo; además, se había dado cuenta de mi estado y quería mi ayuda.

Por un momento me entusiasmé con todo este misterio, pero al rato pensé en qué era lo que debía hacer porque...¿y si no estaba a la altura de lo que me fuese a pedir?.

Ese día le di muchas vueltas al asunto, tantas que apenas dormí y a la mañana siguiente al ver el lazo rojo que colgaba de mi muñeca favorita, al fin me decidí, lo cogí y me fui.

Al llegar al instituto lo coloqué colgando de mis vaqueros, levanté la cabeza y pasé por aquellas frías puertas que nos encarcelaban todas las mañanas.

Por una vez me sentía llena debida y me levanté lo más que pude hasta poder llegar a decir: ¡Aquí estoy yo!

Al llegar a clase pude encontrar otra carta más en el mismo lugar que la anterior. Era listo y hábil mi observador y yo debía ser astuta y cuidadosa para que nadie se enterase de lo que tenía entre manos.

Una vez más guardé la carta en el bolsillo y esperé con impaciencia a que llegara el momento de abrirla. El tiempo parecía pasar lentamente y la espera se me hizo eterna. Mi cabeza sólo podía pensar en todo ese misterio y la curiosidad cada vez se apoderaba más de mí.

Al fin sonó el timbre y nada más sonar, recogí lo más rápido que pude y me fui de allí sin dar ningún tipo de explicación; sólo deseaba leerla y ver qué encargo tenía para mí.

Esta segunda carta era igual que la anterior: un papel liso y blanco con letras como garabatos, y su contenido era el siguiente:

“Me alegra que te hayas decidido a ayudarme; ahora sólo espero que no te eches atrás. Bien, las normas son las siguientes: la información que te daré a continuación no puede ser compartida con nadie, es tuya y nada más que tuya; no puedes pedir ayuda a nadie y si alguien se enterase de ella, podría volverse en tu contra.

A lo largo de esta mañana alguien recibirá una mala noticia. Será el detonante para que al final suceda algo terrible. Tú deberás estar atenta, averiguar quién es esa persona y cuidar durante el día de hoy de ella para impedir que algo le suceda. Pon atención en la gente que hoy te rodea porque quizás alguien pueda perder la vida”

Me empezaba a arrepentir de haber aceptado este reto que ni siquiera sabía quién me lo había propuesto. El peso de salvar una vida ahora se encontraba en mis manos y no sabía qué hacer; era como si se tratara de un diamante que me quemaba en las manos y si lo dejaba caer se rompería en mil pedazos.

¿Quién este año no podía estar preocupado? Era imposible no disgustarse con tantos exámenes encima o, mejor dicho, tantas malas noticias seguidas.

Al volver a clase estaba de los nervios y, por más que me fijaba en la gente de mi alrededor, no sabía quién sería la víctima de este destino incierto. Primero me decanté por observar al sector de los chicos; ellos parecían tan felices como siempre y no veía a ninguno débil o hundido.

Luego me senté en mi lugar y durante la clase estuve observando a todas las chicas que me rodeaban: no era capaz de notar nada diferente. Quizás...¿me había vuelto egoísta y no era capaz de ver mas allá de mi nariz? Todo este asunto se estaba poniendo difícil y cada vez estaba más nerviosa. No hacía más que imaginarme a una pobre chica cometiendo una locura de la que si pudiera se arrepentiría toda la vida.

La clase siguió como siempre, callada, aburrida y monótona hasta que la profesora nos sacó a todos de nuestros pensamientos llamándole a Susi la atención: hasta la chica más perfecta de la clase tenía sus fallos. Era alta, delgada, con cabellos rizados y unos ojos verdes preciosos. Volvía locos a todos los chicos. Pero también era cruel y se mostraba de tal manera que parecía imposible de conocer.

Al fin la clase terminó y todo seguía igual. Yo seguía sin saber a quién buscaba. La gente parecía la misma de siempre y cada vez me estaba liando más. Tres clases más. Descanso. Y yo seguía buscando sin encontrar a la persona. El tiempo se acababa y no sabía ya qué hacer.

Cuando al fin, tras la cuarta clase, el profesor preguntó por Susi, la bomba estalló al fin. Ya sabía de quién se trataba, pero el problema ahora era que nadie sabía dónde se encontraba. Sin pensarlo pedí permiso para salir y me eché a correr por los pasillos en su busca. El tiempo seguía corriendo y yo no la encontraba. Mí última oportunidad estaba en el baño de la tercera planta y hacia allí corrí, subí las escaleras y , al empujar la puerta, la encontré allí, llorando sentada en un rincón. Y por una vez, me dijo: “Ayúdame”

El día que la conocí, una lágrima asomaba a sus ojos verdes. Por fin, después de dos años intensos, sabía quién era ella y quién era yo.


Autor: José Luis Coronado

Curso : 2º B de E.S.O.

Título: EL VERANO

Tu, cálido aire,
que de Junio a Septiembre vienes,
traes calor contigo,
y las piscinas que se llenen.

Tú traes felicidad,
y quitas las preocupaciones,
que todos rebosen
de buenos momentos y amores.

Tu calor se toma
con vino, agua y limones
y a las playas llegan
estrellas de las Azores.

Tan pronto tú vienes,
como un ave a Oriente llega,
porque tus calores
en los corazones se pega.

Autor: Edmund Bell Navas

Curso: 2º de Bachillerato

Título: LA HERENCIA.

Nos encontramos en Whinstonville, mansión y hogar del multimillonario George Whinston. Era el día en que la gran familia Whinston tenía como tradición reunirse. Era una familia de nivel económico medio, a excepción del tío George. Éste no tenía hijos y era viudo. Su mujer había muerto hacía años por una enfermedad del corazón que llevaba arrastrando desde muy joven.

Era una noche de invierno, tan fría como cualquier otra de invierno en Inglaterra; nevaba y por eso los coches tardaron en llegar más de lo esperado. Los coches... un detalle del tío George, eran los clásicos Rolls Royce de las personas adineradas: negros, grandes y de lujo.

Llegaron antes de la hora de cenar, lo suficiente para que la servidumbre se preparara a recibirnos en el largo paseo cubierto de la mansión. El tío George dio las últimas órdenes a Fred, el mayordomo, antes de que éste le pusiera la bufanda y el abrigo de piel y le entregó la pipa, la más apreciada de su colección, la cual fue un regalo de su difunta esposa.

Seguidamente, a través del portón de la verja, entraron los coches, que siguiendo el camino empedrado, llegaron ante la gran fuente helada, la cual circunvalaron hasta el principio del paseo cubierto, donde se encontraba el comité de bienvenida con el tío George encabezándolo.

Del primer coche salió un imberbe joven de pelo castaño y ojos marrones, el cual está relatando la historia en estos momentos. Tío George me abrazó con la misma simpatía y amabilidad de siempre, así como Boss, el perro labrador que tanto me quería. Iba a apartarme cuando de pronto reparé en él: el mayordomo, que me miraba con una sonrisa socarrona y con un aire de triunfo que sólo lo da el hecho de tener poder sobre ti al conocer tus secretos; yo incliné la cabeza a modo de saludo.

El segundo coche, cuya puerta trasera fue abierta por el mayordomo, paró frente al paseo. Entre la espesa nieve se distinguió un sombrero imposible, de color violeta con toda suerte de plumas y velos; parecía más adecuado para asistir a una carrera de caballos en Ascot que para ser recibida por el tío George, que supo contener una sonrisa al percatarse de aquel esperpéntico sombrero de prima Georgina (pues de ella se trataba)


Seguidamente fueron llegando uno tras otro, el resto de los familiares.

Una vez hubimos sido todos recibidos, entramos en la enorme mansión precedidos por la servidumbre, la cual empezó a disgregarse a sus respectivas ocupaciones.

Cuando el mayordomo hubo despojado del abrigo y la bufanda al tío George; en medio de la exuberante sala principal, todos comenzamos a saludarnos calurosamente, mientras degustábamos exquisitas viandas y excelentes bebidas que el mismísimo tío George había seleccionado para la ocasión.

Georgina, mi querida y esperpéntica prima, era la heredera inmediata de tío George, ya que además de hija de su único hermano, ya fallecido, también era su ahijada; yo era el segundo en la línea sucesoria de la inmensa fortuna de tío George, como sobrino de su difunta esposa, tía Mildred, que en paz descanse.
La simplona de Georgina me relataba su insulsa vida en Londres entre risas que casi no se distinguían de su irritante voz; yo hacía tiempo que había aprendido a abstraerme y a seguir el hilo de mis pensamientos en plena conversación. Sonreía y asentía sin que mi interlocutor (en este caso mi interlocutora) sospechara siquiera mi “ausencia”.

Georgina había perdido el resplandor de la juventud y aunque se empeñaba con todas sus fuerzas en aparentar menor edad, lo cierto es que su empeño resultaba inútil: ropas y sombreros caros e imposibles, así como cosmética y perfumes estridentes, formaban parte de su atuendo habitual. De esta forma intentaba ocultar una piel incipientemente marchita. La pobre Georgina comenzaba a tener problemas de salud como esa tensión que debía vigilar constantemente a base de medicación.

Me giré para saludar a otros parientes cuando ví otra vez con su sonrisa socarrona a Fred. Estaba junto a la puerta de la sala, con su pelo canoso y su corpulencia a pesar de los cincuenta y tantos años de los que gran parte había dedicado a prestar un intachable servicio en la casa. Estaba perfectamente uniformado, impoluto como siempre, erguido, elegante y enguantado... y fue entonces cuando reparé en el reloj de oro macizo que lucía en su muñeca izquierda.

El intachable servicio y gran celo en su cometido le llevó a interceptar oportunamente (inoportunamente para mí) una llamada comprometedora que yo hice desde el despacho de tío George, en ausencia de éste, y a registrar mi maletín con aquellas facturas y balances falsificados que me aportaban importantes beneficios.

Estaba yo absorto en estos pensamientos cuando tío George se dirigió a todos: “Os espero en el estudio a las nueve menos cuarto y cenaremos a las nueve en punto”.

Tío George era muy maniático con la puntualidad: si decía a las nueve eran las nueve, ni un minuto más ni un minuto menos; tenía la precisión de un reloj suizo. Por eso me di prisa.

Llegamos al estudio y mi prima Georgina no había llegado aún. Se aproximaban las nueve y tío George, nervioso, mandó al mayordomo a buscarla.

Cuando Fred reapareció en la sala, su semblante era serio y nervioso, me miró intensamente y se dirigió a Tío George, al que susurró algo al oído; éste nos comunicó que prima Georgina había sido encontrada muerta en su habitación. Los médicos determinaron como causa de su muerte: parada cardiaca.

La investigación policial se produjo a los dos días, pues se encontró al mayordomo en la vieja caseta del jardinero con la cabeza destrozada y el arma del crimen junto a él: un hacha en el que no se encontraron huellas dactilares. El inspector jefe de la investigación se extrañó de que Boss no ladrara ni diera señales de alarma ante el ataque del supuesto ladrón, que aparte de matar al mayordomo, robó el reloj de oro que tan orgullosamente lucía Fred en su muñeca.

Han pasado ya cinco días y me dispongo a tomar el habitual jerez en el estudio. Algo me dice tío George, pero estoy distraído e inmerso en mis pensamientos; fue una buena idea administrar a prima Georgina aquellos miligramos de cloruro de estricnina en cada cápsula para la tensión. Dos meses antes se las entregué sabiendo que al acumular su organismo 20 mg moriría sin dejar rastro de la sustancia.

En cuanto a Fred, no podía soportar por más tiempo la extorsión a la que me estaba sometiendo (con cuyo producto se compró el reloj de oro) desde que supo que yo hacía contrabando de sustancias prohibidas cuando trabajé en la empresa química y farmacéutica de tío George.

Ahora, totalmente libre, podría heredarle en cuanto tomara su Jerez junto con los 20 mg de incoloro e inodoro cloruro de estricnina que yo había depositado previamente en su copa.

-“¿Qué dices, tío George? Perdona, estaba distraído.

-“Oh, no es nada, no tiene importancia”-me dice sonriendo-“Es sólo que te has tomado mi Jerez, te has bebido mi copa.

Autor: Miguel Mota Moreno

Curso: 1º C de E.S.O.

Título: ESTAMOS EN INVIERNO

Invierno frío y oscuro,
rutina diaria de penas.
Las calles inundadas de hojarasca.

Pocas hojas en los árboles y demasiada
pena en las calles.

Los pájaros sin cantar
y el sol sin salir.

Gente deprimida con
cara ausente.

¡Este invierno tan dulce
y, a la vez tan amargo!




En breve insertaremos las fotografías que faltan y los textos que les acompañan. Blogmaster



















CARTEL DE PREMIOS EXPUESTO EN EL INSTITUTO.-

En la entrada del I.E.S. " Las Encinas " están expuestos los nombres y cursos de los ganadores y las obras premiadas en el citado concurso.

Y, para finalizar.....

Desde aquí damos la enhorabuena y enviamos las más calurosas felicitaciones a todos los participantes en el concurso, al comité organizador y por supuesto a los ganadores.

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Estadísticas del curso 2005-2006




Resumen estadístico del uso de la BIBLIOTECA durante el curso académico 2005 - 2006 .-


Los gráficos que ofrecemos a continuación intentar reflejar algunos datos interesantes acerca del uso de la biblioteca, cuando el curso 2005-2006 practicamente ha finalizado.

1.- Histograma de porcentajes de uso por sexo de los medios que ofrece la BIBLIOTECA.

(Nota: En rojo, sexo femenino. En verde, sexo masculino)

2.- Histograma de porcentajes de según uso por los diferentes sectores de la comunidad educativa.

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(Nota: En rojo, profesores. En verde, alumnos. En amarillo, padres)

3.- Histograma de porcentajes de uso de los diferentes medios existentes en la Biblioteca.

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